83 metros.

Voy a colgarte de los pulgares y a sentarme frente a ti; voy a esperar a que se desgarre tu carne por el propio peso de tu cuerpo. Voy a escupirte en la cara con desprecio, como siempre has hecho tú; aprendí del mejor. Voy a disfrutar con cada puto aullido de dolor que salga de tus labios. Voy a quemarte hasta convertir tu piel en cenizas y ver cómo caen tus vísceras al suelo al carbonizarse la inútil envoltura que las sostenía. Voy a destrozarte la vida a mordiscos, voy a hundir tu cara en un barreño de aceite hirviendo para ver cómo se derrite.

No pienso permitir que mueras, el descanso eterno no es castigo suficiente para ti, tal vez una década torturando tu cuerpo sea suficiente, tal vez prefiera arrancarte los ojos para que veas la imagen del monstruo que yo veo y te deleites con el engendro que has luchado por conseguir toda tu vida. Tal vez ahora que domino tu destino pueda la masacre de tu carne calmar la venganza que lleva años alimentando mis delirios.

Muérete perro y haré de tu cráneo vacío la pantalla para mi lámpara de noche. Tu carne deshecha servirá de alfombra en mi salón mientras quemo tus huesos en la hoguera de mis frustraciones. Muérete, muérete y alégrame la existencia. Voy a bañarme en tu sangre mientras veo cómo cuelga tu cuerpo inerte de mi techo, adornando la habitación de invitados.

No eres más que aliento, nada más que el susurro que martiriza mi vida. Eres rencor y maldad aunados. No eres nada, no eres nadie y ni siquiera sabes que ya estás muerto.

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